Esta mañana, en la frutería de la esquina, una mujer mayor parecía no decidirse entre los distintos tipos de mandarinas. Tras un interrogatorio exhaustivo a la frutera y unos instantes más de meditación, se dispuso a terminar su compra, no sin antes musitar una disculpa ante la pequeña cola que había formado: "Pensarán que menuda mujer pesada soy". A ello respondió un hombre de unos cincuenta años y aire bonachón: "Puede Usted ser todo lo pesada que quiera, que tenemos más derechos como clientes que como ciudadanos".
Esta frase, dicha con la sencillez de su contexto, es más profunda que muchas divagaciones pretenciosas. Y es que sus palabras encierran una verdad abrumadora: el capitalismo se está llevando a tal extremo que no sólo ha invadido todos los ámbitos del día a día, sino que ha empezado a excluir de nuestra rutina los aspectos que no se adaptan a él, como indican las medidas políticas tomadas en Europa durante los últimos años: lo que no resulta rentable es eliminado de forma feroz; así, quedan mutilados numerosos derechos básicos (como el derecho a una Sanidad o a una educación de calidad) y seriamente dañados los ámbitos cuya riqueza no puede medirse en dólares (como la filosofía o el arte).
Y todo ello, ¿para qué? Desde luego, lo único que se ha logrado hasta ahora ha sido satisfacer la ambición de unos pocos en detrimento de las condiciones de vida de millones de personas, lo cual nos muestra que, aunque el dinero puede ser un instrumento ideal para mejorar la calidad de vida de la Humanidad, la manera en que está siendo empleado en este mundo de intenso hedor consumista ha tenido las consecuencias opuestas. Entonces, ¿cuál es el objetivo de este sistema, aparte de alentar el ansia por poseer todo lo posible sólo para adquirir aún más? Cuando el dinero pasa de ser medio a constituir un fin en sí mismo, cuando las cosas pierden su valor para adquirir un precio, surge en la vida un gran vacío donde se hallaban conceptos que carecen ya de sentido.
Lo peor de todo es que la educación, uno de los pilares de nuestro desarrollo como individuos, amenaza con ingresar en este cúmulo de conceptos huecos. En un mundo donde interesa más formar clientes que ciudadanos, donde es preferible obedecer que cuestionar, donde la meta principal del alumno es aprobar sus exámenes, ¿es educación lo que se pretende impartir? ¿O se trata de un adoctrinamiento encaminado sólo a incrementar el PIB?
Nada de lo que yo pueda decir resultará más iluminador que las palabras de uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo, Noam Chomsky (profesor emérito de Lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts). Dejo aquí el enlace de un vídeo sin ningún desperdicio donde, quizás inspirado en parte por alguna conversación a la vuelta de su esquina, habla de sus ideas sobre el sentido de la educación:
http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=AsZJxDsd1Q8
SJH